CROMAÑÓN: a 15 años de una cíclica tragedia

Nos separa década y media de un suceso que aún está marcado en la memoria de todos.

Aquel 30 de diciembre de 2004 tuvo lugar la peor pesadilla de la música en vivo en Argentina. Al menos 3.000 espectadores asistían a un boliche con capacidad para 1.037 personas para ver a Callejeros y cerrar el año. “No sean pelotudos. No tiren bengalas. Si alguien prende algo nos morimos todos” exclamaba Omar Chabán, dueño de República Cromañón, momentos antes del infierno. Y como si el destino no fuese irónico, la banda abrió con el tema “Distinto” cuya letra entona “A consumirme, a incendiarme, a reir sin preocuparme”. Pasados unos pocos minutos de show, un incendio comenzó a propagarse debido al impacto de una bengala contra una mediasombra, liberando humo negro y tóxico que se llevó la vida de 194 asistentes. Más tarde, una investigación judicial destacó que el recinto no cumplía con los requisitos adecuados para que esté en funcionamiento: acustizado con material inflamable, salidas de emergencia cerradas con candado y alambre, sobreventa de entradas, habilitación de Bomberos vencida, ingreso de menores (entre ellos, menores de 15 años); estas fueron solo algunas de las infracciones cometidas. Tragedia, tragedia evitable, masacre, crimen social son definiciones que aún se discuten para caracterizar al hecho.

Junto a Cemento, República Cromañón (ambos propiedad del difunto Omar Chabán) fue un espacio de referencia para el rock emergente. En ese entonces, la pirotécnica era parte de la cultura, aquella "cultura del aguante" que tanto supimos criticar. Hoy, la palabra “bengala” remite a la oscuridad de lo sucedido. El episodio Cromañón marcó un antes y un después para los recitales, desde las medidas de seguridad, hasta el comportamiento del público. Si bien todavía quedan algunas cuestiones por enderezar (no nos olvidemos de la estampida evitada en el vallado de Iron Maiden en River en 2013, o la falta de cacheo en una gran cantidad de recitales a los que asistimos hoy en día), uno puede confiar en que saldrá entero de un concierto. Esa confianza se fue acentuando a medida que pasó el tiempo, pero con otras tragedias evitables en el camino. 

"Cromañón marcó un antes y un después en el rock [...] Después de Cromañón la cosa se ordenó un poco más, se reguló un poco más. Antes de Cromañón no había matafuegos", nos cuenta Walas de Massacre


Tuvieron que morir dos personas asfixiadas en 'el pogo más grande del mundo' para que el Indio Solari deje de planificar recitales masivos que excedan a la precariedad de su organización. Tuvieron que morir cinco personas en la TimeWarp para que por ley los eventos cuenten con puestos de hidratación gratuitos. Tuvo que morir un joven apuñalado en la Creamfields para que (al menos temporalmente) se realicen cacheos en los festivales; y de la misma manera, tuvieron que morir 194 personas en Cromañón para que las autoridades argentinas comiencen a clausurar locales que definitivamente no estaban en condiciones de operar.

"Tenemos que tener los ojos abiertos para que esto no vuelva a suceder [...] (Cromañón) nos dejó la triste moraleja de saber que nadie nos está cuidando y de que nos tenemos que cuidar entre nosotros", reflexiona Eli de Los Gardelitos

En los últimos años Argentina mostró un despertar muy grande de cara a problemáticas sociales y culturales, en gran parte de la mano de una nueva generación mucho más activa y preocupada por los conflictos del presente;  pero esto no quiere decir situaciones como las del 2004 no se puedan volver a repetir. Los empresarios seguirán siendo empresarios y los políticos seguirán siendo políticos. De nosotros depende hacernos respetar y demandar que en este tipo de eventos la seguridad de los presentes esté garantizada. Tal como dijimos en el pasado, nadie merece morir en un concierto de rock. 

Entonces, ¿hasta qué punto todos los eslabones que hacen posible la música en vivo realmente aprendieron sobre la seguridad y salubridad del otro? ¿Es posible evitar alguna otra fatalidad en la nueva década que está por venir o estamos a la merced de nuestra identidad cíclica como argentinos?


Por Dolores Iraola Pierini

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