Nick Cave en Malvinas: La mala semilla de la mejor comunión 

Tras 22 años de ausencia, Nick Cave volvió a nuestro país para dar uno de los shows más inolvidables del año.

 
22 años pasaron para que el músico australiano pise otra vez Buenos Aires. La espera valió la pena. Nick Cave y Los Bad Seeds dieron cátedra, enloquecieron y extasiaron a una multitud con la que entablaron un vínculo pocas veces visto. Un show descomunal, inolvidable y único para sacar pecho y chapear con haber estado ahí, en el lugar justo y el momento indicado.
 
Que pasen más de dos décadas y que el involucrado recuerde qué ocurrió esa noche es digno de destacar. Que tenga recuerdos vagos y dispersos suena más lógico. Nick Cave estuvo en Argentina en 1996 y sólo sabe que terminaron bailando tango “de manera horrible a los ojos de un local” y que a uno de los suyos “lo picaron mosquitos argentinos”. Del show, de los tres shows, nada. Es que Nick no suele recordarlos.

 

Quizá porque los vive intensamente y hoy hace todo para que el asistente sienta lo mismo. Es que Cave está hoy en plan no de agradar y mucho menos de condescender sino de curar sus propias heridas. 22 años es mucho y Nick volvía a otra Argentina, siempre peor, atravesado por la trágica muerte de un hijo adolescente, un disco nuevo, una película, la banda de sonido de una serie de la plataforma de series más exitosa y un curriculum casi inigualable sobre sus huesudos y firmes hombros.
 
También de esos hombres que vienen sembrando, algunos desde el origen, las malas semillas de los frutos que vienen brindando. Es el caso del barbado y polifacético Warren Ellis que aporta violín, piano, mandolín, guitarras y más también. Los desanda desde la tensa e introspectiva “Jesus Alone” que abre el show y  “Skeleton Tree”, ultimo disco de los Bad Seeds.

 

Cave se sostiene, crece y se agiganta en sus compañeros. Como en los mejores equipos, esos que se arman de atrás para adelante. En la soberbia e incansable la bateria del legendario alemán Thomas Wyler, en la ajustada ejecución de Martin Casey en el bajo y en el sostén del guitarrista James Johnston, que cumple con creces la ardua tarea de remplazar a Blixa Bargeld.
 
La noche, que iba a ser perfecta, no arrancó de la mejor manera. Pero logró superar un inesperado corte de luz. interrupción breve que preocupó más al público que a la banda. Durante el corte arreciaron cánticos clásicos contra Mauricio Macri  y una vez superado y culminado “Magneto” y “Higgs Boson Blues” preludiaron la primera gran ovación gracias a “Loverman” clásico de “Let Love in” que trasunta la intensa relación entre amantes que se pasan factura.
 
El show del Cave frontman inquieto y movedizo solo iba a detenerse al momento de sentarse al piano. Y la multitud redimida,  agradeceria  cada gesto, cada mano extendida, cada mirada de un crooner en el que conviven la calma del eterno Leonard Cohen, la ebullición de Mike Patton y la impronta del inoxidable Iggy Pop.
 
El imán no radica sólo en su presencia, su porte o su voz. Hay un feedback de comunicación entre Nick y su gente. Un compromiso que él mismo acentuó en la conferencia de prensa previa al concierto en detrimento de los contactos con la prensa que suelen aburrirlo y acotarlo.
 
Para bajar unos cambios y adentrarse en la faceta más oscura e intimista de los Bad Seeds, qué mejor que “Into my arms”, excelsa, hipnótica, conmovedora. O las magníficas y apaciguantes “Shoot me donwn” y “Girl in amber” donde no cesa la comunión entre banda y público.
 
O en la intro del clásico “Tupelo” que vuelve a sumir en tinieblas al Malvinas. Y en un crescendo percusivo que percute y repercute y entrega otro instante imborrable que da pie a otra ovación tras los primeros acordes de “Jubilee Street” con Cave otra vez al piano. Y enseguida otra vez a a la pasarela, a tornar y trastornar, a provocar un sónico remolino, un momento bisagra que se corona con fans en el escenario, a instancias del propio Cave que dicho está, los necesita junto a él. 
 
O a los de una de las plateas en la que una tarima se convierte en púlpito desde donde aplaude y hace aplaudir, antes de despedirse con los bises en los que suenan “Mercy” y “City of Refuge” del lejano “Tender Pray”, entre otras.
 
Dos horas después, de aquel repentino corte de energía no quedaban ya ni rastros. “Ring of Saturn”, “Jack the Ripper”, el flamante “Skeleton Tree” y “Mermaids” anticiparon el celebrado final.
 
Y fue “Distant Sky”, reciente tema que se convirtió en film de distribución mundial, el que le puso el moño a una fecha ineludible con el Estadio Malvinas Argentinas como testigo. Un 10 de octubre de 2018 que con el paso del tiempo sumará presentes y votos en el top ten de los mejores recitales de la historia.



Crónica: Sergio Corpacci
Fotos: Gux Ramone









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