Lemmy: la persona detrás de la leyenda
Un documental dinámico que nos lleva adentro de la cabeza del líder de Motörhead como nunca antes.
Cuenta la leyenda que existe una criatura mitológica de gran altura y piernas flacas, bigotes largos y melena tan negra como su ropa, rara vez visto sin un sombrero que haga juego y botas de cowboy customizadas. Ese ente que transitó durante un lustro el mundo del rock es Lemmy Kilmister, y este documental intenta pintar su retrato a través de entrevistas con él y con quienes supieron acompañarlo en su carrera.
Es muy fácil empatizar con una figura como Lemmy, un tipo que no busca mucho más que ser él mismo y que no lo jodan en el camino. Desde el momento cero queda claro el epicentro de su esencia: lo que ves es lo que hay, y quizás sea eso lo que lo hace tan entrañable. A las luces de los escenarios, los excesos de las giras y el glamour de la fama se le opone un tipo que llegó con todas sus particularidades y se hizo un lugarcito en el corazón de todas aquellas personas cuyas vidas tocó.
El film no para de dejar esto en claro, mostrando de cerca la vida de una leyenda que prefería vivir en un departamento minúsculo abarrotado de objetos de lo más diversos del piso al techo (desde muñequitos de sí mismo y premios hasta espadas alemanas de colección, pasando por más de un cuadro con un pez cantor que entona melodías de Bob Marley) porque quedaba en su zona favorita de Los Ángeles en lugar de dejarse llevar por la vida de lujos y excesos que no le hubiera costado mantener.
Pero quizás la mejor parte de esta incursión en la vida de Kilmister no es lo que él mismo cuenta y muestra en los momentos del documental que se tornan entrevistas, a las cuales en cierto punto se muestra reacio, sino todo lo que tienen para decir aquellos a quienes influenció a lo largo de su carrera.
Dave Grohl, Slash, McKagan, Hetfield, Trujillo, Hammett, Ozzy Osbourne, Joan Jett y Dee Snider son sólo un puñado de las figuras del rock que desfilaron por el documental para dar sus testimonios y, uno a uno, llenar a Lemmy de flores. Entre anécdota y anécdota queda en claro que el mundo de la música hoy en día no sería el mismo sin la impronta de Kilmister. Todos concuerdan en que el sonido que Lemmy introdujo al mundo del rock y su imagen particular fueron lo que sentó las bases para todas las bandas que vinieron después y lo fueron modificando y perfeccionando a su propio gusto.
En cierto punto se contraponen la leyenda del rock y la persona detrás de la misma, y si uno los superpusiera vería que no existen diferencias, que ese ser que marcó tantas carreras musicales y tantas generaciones de oyentes no es nada más y nada menos que un tipo extremadamente sencillo que no invirtió un sólo segundo de su vida en siquiera crear un atisbo de imagen prefabricada para el consumo de los medios y los fanáticos. La mística de Lemmy reside justo ahí, en la ausencia de máscaras y disfraces, en una sinceridad cruda y una sencillez enorme.
Si se enfoca en sus mejores épocas, al espectador no le va a resultar para nada difícil ver qué els lo que lo diferencia tanto de los músicos de su generación. Habiendo brillado en una época donde el rock era casi pura y exclusivamente excesos, dejando muchas veces la música en segundo plano detrás del mito del rockstar, Lemmy se rehúsa a hablar de sus hábitos de consumo de sustancias o de alcohol. Mientras sus compañeros de banda y otras figuras que compartieron momentos con él disfrutan explayándose sobre el tema, haciendo bromas sobre el hecho de que nadie sabía cómo había logrado sobrevivir tantos años, Kilmister se limita a decir, tanjantemente, que "No quiero que nadie se drogue para imitarme. O que no lo hagan por mí. No quiero defender una forma de vida que ha matado a tantos amigos míos."
La conclusión que se puede extraer de este relato es, como Lemmy, algo honesto que se encuentra a simple vista, no hay fondos dobles ni tramas complicadas: lejos de aspirar a ser la leyenda que finalmente fue, mucho menos de inspirar la cantidad de vidas que logró influenciar, lo único que Lemmy quiso llegar a ser es Lemmy, y lo logró con creces.
Por Lara Gschwind.
Es muy fácil empatizar con una figura como Lemmy, un tipo que no busca mucho más que ser él mismo y que no lo jodan en el camino. Desde el momento cero queda claro el epicentro de su esencia: lo que ves es lo que hay, y quizás sea eso lo que lo hace tan entrañable. A las luces de los escenarios, los excesos de las giras y el glamour de la fama se le opone un tipo que llegó con todas sus particularidades y se hizo un lugarcito en el corazón de todas aquellas personas cuyas vidas tocó.
El film no para de dejar esto en claro, mostrando de cerca la vida de una leyenda que prefería vivir en un departamento minúsculo abarrotado de objetos de lo más diversos del piso al techo (desde muñequitos de sí mismo y premios hasta espadas alemanas de colección, pasando por más de un cuadro con un pez cantor que entona melodías de Bob Marley) porque quedaba en su zona favorita de Los Ángeles en lugar de dejarse llevar por la vida de lujos y excesos que no le hubiera costado mantener.
Pero quizás la mejor parte de esta incursión en la vida de Kilmister no es lo que él mismo cuenta y muestra en los momentos del documental que se tornan entrevistas, a las cuales en cierto punto se muestra reacio, sino todo lo que tienen para decir aquellos a quienes influenció a lo largo de su carrera.
Dave Grohl, Slash, McKagan, Hetfield, Trujillo, Hammett, Ozzy Osbourne, Joan Jett y Dee Snider son sólo un puñado de las figuras del rock que desfilaron por el documental para dar sus testimonios y, uno a uno, llenar a Lemmy de flores. Entre anécdota y anécdota queda en claro que el mundo de la música hoy en día no sería el mismo sin la impronta de Kilmister. Todos concuerdan en que el sonido que Lemmy introdujo al mundo del rock y su imagen particular fueron lo que sentó las bases para todas las bandas que vinieron después y lo fueron modificando y perfeccionando a su propio gusto.
En cierto punto se contraponen la leyenda del rock y la persona detrás de la misma, y si uno los superpusiera vería que no existen diferencias, que ese ser que marcó tantas carreras musicales y tantas generaciones de oyentes no es nada más y nada menos que un tipo extremadamente sencillo que no invirtió un sólo segundo de su vida en siquiera crear un atisbo de imagen prefabricada para el consumo de los medios y los fanáticos. La mística de Lemmy reside justo ahí, en la ausencia de máscaras y disfraces, en una sinceridad cruda y una sencillez enorme.
Si se enfoca en sus mejores épocas, al espectador no le va a resultar para nada difícil ver qué els lo que lo diferencia tanto de los músicos de su generación. Habiendo brillado en una época donde el rock era casi pura y exclusivamente excesos, dejando muchas veces la música en segundo plano detrás del mito del rockstar, Lemmy se rehúsa a hablar de sus hábitos de consumo de sustancias o de alcohol. Mientras sus compañeros de banda y otras figuras que compartieron momentos con él disfrutan explayándose sobre el tema, haciendo bromas sobre el hecho de que nadie sabía cómo había logrado sobrevivir tantos años, Kilmister se limita a decir, tanjantemente, que "No quiero que nadie se drogue para imitarme. O que no lo hagan por mí. No quiero defender una forma de vida que ha matado a tantos amigos míos."
La conclusión que se puede extraer de este relato es, como Lemmy, algo honesto que se encuentra a simple vista, no hay fondos dobles ni tramas complicadas: lejos de aspirar a ser la leyenda que finalmente fue, mucho menos de inspirar la cantidad de vidas que logró influenciar, lo único que Lemmy quiso llegar a ser es Lemmy, y lo logró con creces.
Por Lara Gschwind.