Cosquín Rock 2020: la celebración del cambio

Con una propuesta diversa y renovada, Cosquín Rock celebró sus 20 años

Desde las primeras horas de la mañana hasta los más avanzados momentos de la madrugada, durante dos días enteros, la avenida principal de Santa María de Punilla se carga de todas y cada una de las constantes de la cultura rock de nuestro país. Desde lo visual, desde lo sonoro, desde sus olores y sabores. En verdad, llamar a estos elementos tan solo una constante significaría hacerlos languidecer y perder vigor. Son, definitivamente, tradiciones. Nosotros, los peregrinos, nuestras remeras, nuestras bebidas, nuestras comidas, nuestras canciones, nuestras voces. Todos configuramos un paisaje que, como todos los años, se fusiona con la monumentalidad de las sierras cordobesas para dar con el Cosquín Rock, el epicentro anual de nuestras costumbres y que este 2020 cumplió 20 años.

Aproximadamente un kilómetro nos separa del predio. En el camino, el Río Cosquín se encarga de anticipar el condimento natural propio de la hibridez característica del festival. La naturaleza ha jugado un papel sumamente relevante en estas últimas dos décadas. No es sólo el paisaje, el cual adentrados en el Aeródromo de Santa María de Punilla se llevará la primera mirada y que incluso le ganará de mano a los dos monstruosos escenarios que se erigen en los dos extremos del lugar. Sino que también las inclemencias del clima forman parte de la fórmula. Pero en este caso y a pesar de lo pronosticado, no habrá un solo minuto en el que signifiquen un problema. La celebración por los 20 años del Cosquín Rock parece detener la tormenta que acecha del otro lado de las sierras para que todo transcurra como siempre. Excepto por lo que el propio festival nos va a proponer.

De forma paradójica, el festejo de dos décadas de constante ejecución de nuestras más arraigadas tradiciones será utilizado para marcar una bisagra en la identidad del Cosquín Rock. Abundarán momentos, sin duda alguna, de muestra pura de lo que el festival fue y seguirá siendo en sus ediciones futuras. Pero también el 2020 será recordado como el año en el que se le abrió la puerta a una diversidad de géneros y a una camada de artistas nunca contemplados, en un lugar y un espacio que enarbola una cultura tan delimitada y celosa como lo puede ser la del rock argentino. Por eso, el festejo del cumpleaños número 20 no sólo involucrará una retrospectiva, sino que también reposará sobre una contundente mirada a la actualidad y marcará un camino abierto a futuro. Y una vez que entendamos eso, el festival se desarrollará con total naturalidad.

Con esta declaración de principios comenzaba la primera jornada. Mientras que lo más puro del rock argentino se agolpaba en el Escenario Norte, en la mitad del predio tomaba lugar el Escenario Urbano con nuevas y clásicas caras del rap y el funk, y en el extremo opuesto el Escenario Sur comenzaría a mostrar algunas vetas de sangre nueva, trap y apuestas de esencia mucho más performáticas. Así, los acérrimos asistentes al Cosquín Rock pudieron disfrutar de Hilda Lizarazu, Las Pastillas del Abuelo, la vuelta de Divididos luego de 15 años de ausencia, Skay y los Fakires, Guasones y del histórico El Aguante and The Prostitution, la celebración a las canciones de Charly García (quien no pudo asistir a causa de un accidente doméstico) a cargo de Nito Mestre, Ciro, Celeste Carballo, Fernando Ruiz Díaz, León Gieco, Louta, entre otros.

En paralelo, en el Escenario Sur se dibujaba un crisol de géneros, estilos y artistas jóvenes que involucran la otra mitad del monstruo de las sierras. Sonaron Bandalos Chinos, Kchiporros, Nathy Peluso, Ca7triel y Paco Amoroso, Sara Hebe, Mon Laferte, Un Planeta, El Mató a un Policía Motorizado y Louta. Mientras que, en el Escenario Urbano, dispuesto en una enorme carpa circense, Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur parecen liderar desde la experiencia una camada entera de herederos en la fusión como Réplik, Agus Padilla, Bhavi, Ecko, Flu Os y Militantes del Climax. El día terminaba con esa banda común a todos: Los Auténticos Decadentes desataron el delirio en el Escenario Norte a eso de las 2.30 de la madrugada para un cierre perfecto.
Incluso, en la segunda jornada la ambivalencia se haría aún más notoria. El Escenario Sur sería completamente tomado por la pisada cada vez más fuerte del trap y el rap nacional, con exponentes como Lucho SSJ, Obie Wanshot, Valen Etchegoyen, Neo Pistea, YSY A, Cazzu y Duki. Todos ellos, orbitando alrededor de la presentación de Babasonicos, quienes vuelven a encontrar una forma de expresar su posición frente a la emergencia de esta nueva camada de artistas y géneros en la escena argentina. Mientras que el otro extremo, los valores clásicos del festival se dibujaban desde temprano con La Mississippi, Jóvenes Pordioseros, Los Gardelitos, La Vela Puerca, Ciro y Los Persas, Los Caballeros de la Quema, Las Pelotas y el cierre con Ratones Paranoicos. Por la tarde, quien parece definirse como el denominador común entre las dos caras se hacía presente en el Escenario Norte: Wos no sólo contó con su presentación personal, sino que luego volvió como invitado de Ciro para interpretar, nuevamente, “Pistolas”.


En paralelo, el predio se encargaría de ofrecer una inmensa cantidad de atracciones, pasatiempos y propuestas gastronómicas que acompañan la reputación del Cosquín Rock como uno de los festivales más importantes del cono sur. Desde una muestra retrospectiva de los 20 años del festival dispuesta en los hangares del aeródromo, hasta La Casita del Blues con una presentación constante de grupos del género, food trucks y actividades propuestas por los principales sponsors del evento.

Pasado el fin de semana, las sensaciones que quedan son las de un camino allanado para un futuro próspero y diverso. La celebración de los 20 años de Cosquín Rock, lejos de haber sido una apuesta dentro de su zona de confort, involucró el peligro considerable de integrar elementos extraños en una cultura que no suele responder frente a estímulos que le son impropios. Pero en este caso las respuestas estuvieron. Sea por el calibre de los artistas, sea por una demostración mutua de reconocimiento entre públicos, sea por los tiempos que corren, sea por los aires serranos. El festival vuelve a demostrar que adoptar el riesgo como principal motor de su propia experiencia es un factor que le es satisfactorio. Lo fue en 2001, cuando la apuesta parecía una locura que terminó por traernos hasta este punto. 20 años después, la apuesta sigue estando, pero no le tiemblan las piernas a la hora de volver a peligrar. Y eso es algo que a la cultura rock argentina le gusta y mucho.

Por Piero Nápoli

 


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