Clics Modernos: la industria musical en la era digital

¿Cómo están transformando nuestros hábitos de consumo a la industria de la música? El reinado de lo digital está en su punto más alto y las opciones son adaptarse o sucumbir a sus pies.

Billie Eilish, la representación perfecta de cómo nace un número uno en la era digital.

¿Cuándo fue la última vez que compraste un CD? ¿O que escuchaste música desde un dispositivo que no sea tu celular o computadora? ¿O que abriste un diario y te manchaste con la tinta? ¿Hace cuánto no usás un reproductor de DVD o mirás fotos impresas en un álbum?

Spotify, Netflix, Instagram, Facebook, PedidosYa, hay una app para cubrir cada necesidad humana, desde alimentación hasta ocio, pasando por programas que permiten monitorear nuestra propia salud. Nuestras vidas pasan por nuestros celulares, y no hay nada que no podamos contener en ellos.

De a poco, la tecnología fue calándose en nuestras vidas, y ya no es necesario estar sentados frente a un monitor para tener acceso a internet, sino simplemente contar con un celular que tenga 3G o pueda conectarse a una red Wi Fi. Y este proceso, por supuesto, no le es ajeno a la música.



Si nos remontamos diez años atrás, un CD costaba $30, el DiscMan estaba llegando al fin de su período de apogeo y había que ir al kiosco de revistas para conseguir el último ejemplar de la Rolling Stone o Les Inrockuptibles. Estábamos en plena época de surgimiento del MP3: un objeto de deseo que todos queríamos poseer pero que presentaba un problema ¿De dónde sacábamos la música? Los programas de descarga como Ares o Emule eran populares, pero no todos sabían usarlos, existía la posibilidad de que te terminaras descargando un audio con calidad pésima, que se te llenara la computadora de virus (y no de los que cantaban el Wadu Wadu) o incluso de que te terminaras descargando algo distinto a lo que estabas buscando. La era digital estaba a la vuelta de la esquina, pero todavía teníamos una cierta necesidad por lo analógico.

A pasos agigantados llegamos a un 2019 donde podemos escuchar música, leer el diario o un libro, hacer compras, comunicarnos, sacarnos fotos y compartirlas, todo en un solo dispositivo. Y a la industria de la música este cambio no le fue ajeno.

Primero tuvimos iTunes: para aquellos afortunados que pudiesen acceder a un dispositivo de Apple, la posibilidad de comprar música track por track o discografías completas directamente desde una app llegó hace varios años, presentada en 2001 por Steve Jobs (y con mucho acierto) como el futuro de la industria. Una opción que no llegó a ser muy popular en Argentina porque los precios estaban en dólares, pero que fue uno de los antecesores de la app favorita de los melómanos de hoy en día: Spotify.

El cambio en nuestra forma de escuchar música llevó a los cambios en la percepción que el mercado tiene de la misma y a la forma en la que los artistas la producen hoy en día. Es cada vez más común, principalmente en aquellos artistas que apuntan a un público joven, que en vez de lanzarse un álbum completo se lancen singles, uno atrás de otro, hasta conformar el compilado final que será el CD. Lo vemos en el Pop y en el Trap, donde se da el fenómeno de artistas que encabezan las listas de más escuchados teniendo sólo un par de singles.

Si todo está a disposición de todos en el mismo instante ¿Qué mejor que ir tanteando el mercado en lugar de arriesgarse lanzando 12 temas de golpe y esperando una reacción del público? Un ejemplo es Billie Eilish, la adolescente que en el primer día del lanzamiento de su primer álbum When We All Fall Asleep, Where Do We Go? llegó al puesto número uno de todos los charts. Y la inmediatez de su éxito no fue para nada sopresiva, porque si bien fue su primer álbum, la artista venía lanzando singles hace años, cosechando reproducción a reproducción miles de fans.



Incluso artistas más veteranos eligen esta forma de presentar sus trabajos. En una entrevista con Ellen Degeneres, John Mayer sostuvo que The Search For Everything, su último álbum de estudio, fue lanzado en lo que él llamó “olas” de cuatro temas cada una, porque consideraba que largar doce canciones de golpe era demasiado. Y Gorillaz, con Damon Albarn al frente, decidió hacer lo propio con The Now Now: antes del lanzamiento oficial del CD, casi todos los temas habían sido estrenados a modo de single en las semanas previas.

Otro problema que enfrenta la industria es que el valor de lo analógico llegó a dimensiones exorbitantes ¿Quién va a comprar un CD de entre $300 y $700 pudiendo pagar un abono por mes de un valor mucho inferior que le da la posibilidad de escuchar todo lo que quiera y cuando quiera? Son los mismos artistas los que comienzan a entender esto como un problema, y quedó plasmado en la industria nacional con un tweet de Benito Cerati que rezaba que el último álbum de su banda, Zero Kill, salía $380 y a ese precio no lo compraría ni él mismo.

El éxito de hoy en día ya no se mide en discos de oro, sino en reproducciones: son los singles los que llegan a categoría oro o platino, premiados por las mismas plataformas de streaming donde podemos escucharlos. Es tan importante el cambio en la industria que los mismos artistas comenzaron a cobrar por reproducciones en vez de álbumes vendidos. En el último paso de Lenny Kravitz por Latinoamérica, promocionó a través de sus redes sociales un sorteo de dos entradas para cada recital que iba a dar. En el caso de Argentina, eran dos entradas para su presentación en Lollapalooza ¿Las condiciones para participar? Seguir sus cuentas en redes sociales y en Spotify, descargar una playlist de sus grandes éxitos en la misma aplicación y escucharla a más no poder: con cada reproducción sumabas chances para ganar. En otras épocas quizás hubiéramos tenido que comprar una copia física de Raise Vibration en la disquería del barrio y cargar un código contenido en la misma, esperando haber tenido la suerte de comprar el CD ganador.

Hay otro aspecto en el cual se materializa este cambio: la duración de las canciones ¿Qué pasó con los temas de 5 o 7 minutos? ¿Y con los tracks escondidos? Esos que estaban “ocultos” al final del CD tras un rato de silencio luego de la última canción. Hoy en día tenemos suerte si encontramos canciones que duren más de tres minutos en un top 10 realizado por cualquier medio. Lo que vende es la inmediatez, lo efímero, una canción de tres minutos, un single, un estribillo pegadizo y a otra cosa.

Pero existe un refugio para la supervivencia del CD como formato y las canciones de cinco minutos: el rock. Son los artistas de este género los que, si bien se dejan llevar por las demandas de la industria, el lanzamiento de singles y la digitalización del marketing, siguen viendo al álbum no como un conjunto de temas sueltos, como un compilado de singles de esos que cualquiera puede armar agregando canciones a una lista de reproducción, sino como una unidad.

Como un todo donde todas las partes encajan entre sí y una canción no sería la misma sin la otra. Como una historia para contar, un viaje sonoro a otra dimensión, un mensaje auditivo que se asemeja a un rompecabezas: si falta una pieza nos es imposible ver el panorama completo.

El renacimiento de la vigencia del álbum como un todo busca fundamentos en encontrarle un nuevo sentido a esa unidad, en transmitir un mensaje que va más allá de la música en sí, y que muchas veces adopta el formato de crítica a este sistema digital del cual tanto dependemos. Este es el caso de Simulation Theory, de Muse, cuya temática versa sobre la relación que tenemos hoy en día con este mundo digital y el efecto de control que el mismo está ejerciendo sobre nosotros.

De la misma forma en que la digitalización está afectando a la industria musical, los grandes medios se están volcando a sus plataformas online, incluso las ediciones impresas de las revistas y diarios que aún existen en tal formato y que no movieron la totalidad de su producción al formato digital remiten a las páginas web de los mismos para consumir cierto contenido. Habiéndonos acostumbrado a tener todo en el aquí y ahora, hay pocas cosas que puedan sorprendernos, y aquello que salió esta mañana impreso en el diario ya lo vimos anoche en internet porque alguien lo twitteó.

El formato físico está llegando tarde y no alcanza a cubrir la necesidad constante de información de la población, y aquellos medios que no están sabiendo aggiornarse a este fenómeno están desapareciendo poco a poco.

Algo similar ocurre con las radios. Incluso aquellas que otrora contaban con grandes capitales y eran parte de conglomerados de medios poderosos están perdiendo vigencia ante el surgimiento de medios alternativos como los podcasts.

Nos acostumbramos a demandar el cuándo y dónde consumimos algo y a tener la posibilidad de cumplir con ese deseo, al punto de que cuando se nos impone una programación, ya sea radial o televisiva, la terminamos rechazando por su versión en stream.

Como contrapartida existe un proceso de reivindicación de lo analógico que tiene como defensores a los amantes de lo vintage surgió un nuevo objeto de deseo que durante décadas había sido desterrado de cualquier casa: el vinilo. Parece una contradicción perfecta, casi como una justicia poética contra la evolución digital: a la matrix de la música la enfrentamos con el artefacto más incómodo de transportar, pero con mejor calidad de sonido que pudimos encontrar en el mercado. Y como si fuera poco comienzan a verse vestigios de un aliado de los 90s, el cassette. Ese que había que rebobinar para volver a escuchar y que había que tener cuidado de que no se le salga la cinta de lugar está volviendo a aparecer en el mercado.



En consonancia, son cada vez más los artistas que se ponen en pie de guerra contra la tecnología en sus shows. Algunos con mecanismos que permiten guardar nuestros dispositivos de forma segura durante el evento y acceder a ellos al final del mismo y otros con modos más explícitos y menos amigables, como pateando el celular de un fan. Esto nos obliga a interpelarnos a nosotros mismos y preguntarnos hasta qué punto está interfiriendo la tecnología con nuestras experiencias diarias, en este caso, con la música en vivo. Existiendo webs dedicadas a publicar los setlists completos de cuanto show se nos ocurra, e incluso con los mismos artistas publicando videos y fotos de sus giras o transmitiendo en vivo sus recitales por redes sociales ¿De qué forma puede ganarle realmente la experiencia personal a la digital?

Pero hablar de digitalización implica apenas arañar la superficie de la modernidad, si como consumidores demandamos cada vez más y en menos tiempo y descartamos aquello que no se adapta a nuestros hábitos, ¿Qué nos va a quedar cuando un single de tres minutos se vuelva demasiado largo para captar nuestra atención?

Por Lara Gschwind.


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