Chris Cornell en el Colón: Armoniosa locura
El artista dio la primera de sus dos fechas en el país en el legendario Teatro Colón. Leé la cobertura y enterate como estuvo.
Una nena de unos 11 años, de pelo largo hasta los hombros, vestida con jean, zapatillas y camisa a cuadros, no podía sentarse de la emoción por ver a Chris Cornell en la primera fila del Teatro Colón. Su nombre, Lara. Desde su ingreso al emblemático edificio porteño, se le notaba nerviosa, maravillada y ansiosa. Desde que las luces se apagaron para recibir al músico, no hubo momento para el descanso de la niña: saltó, gritó y aplaudió sin cesar. Su euforia fue tan evidente, que Cornell decidió regalarle un disco de vinilo autografiado con su respectivo estuche. Fue como darle la mamadera. La nena, pasmada, quedó sentada hasta finalizar el recital.
Esa pequeña fue la representación de todo lo vivido en el concierto del vocalista de Soundgarden, Audioslave y Temple of the Dog. Cinco instrumentos bastaron para que Chris Cornell dejara atónito al público que desde temprano hizo largas filas, aunque la mayoría de las entradas eran numeradas. El histrionismo que demostró como guitarrista se mezcló con el gran trabajo del multi instrumentista Brian Gibson quien embelesó con el piano, la mandolina y el violonchelo a una de las voces más poderosas de la historia del rock.
Con puntualidad, característica eterna del Colón, Cornell inició con sus primeros acordes, presididos por anécdotas sobre cómo compuso cada canción. Before We Disappear, Can't Change Me y 'Til the Sun Comes Back Around fueron las elegidas para abrir la noche. Luego, la mención especial al fallecido Prince con Nothing Compares 2 U para continuar con Nearly Forgot My Broken Heart, el primer sencillo de su último trabajo solista “Higher Truth”.
Cornell sintió la necesidad de gritos y euforia. Sabía que la gran mayoría de los asistentes al teatro, esos con remeras negras estampadas con los símbolos de sus tres bandas y hasta la de su compadre Eddie Vedder, no aguantaban las ganas de exclamar su júbilo y admiración. “Que la belleza de este lugar no les impida ponerse ruidosos. Canten y aplaudan todo lo que quieran”, dijo antes de calzarse la armónica en el cuello y empezar The Times They Are A-Changin', cover de Bob Dylan. Destacó la mención de su colega con el premio Nobel y agregó que “es muy cool que no haya ido a retirarlo porque estaba ocupado en una gira de conciertos”. Llegó el turno para Josephine, que fue secundado por una improvisación con los pedales de efectos para las guitarras y una simple bandeja de tocadiscos.
Fue el preámbulo perfecto para la tanda de temas de sus grandes bandas: Doesn’t Remind Me, Like A Stone y I Am the Highway de Audioslave; Fell on Black Days, Blow Up the Outside World, Rusty Cage y Black Hole Sun de Soundgarden y Wooden Jesus, Call Me a Dog y Hunger Strike de Temple of the Dog. No se le escaparon los covers de A Day in the Life de The Beatles y Thank You de Led Zepellin, además alternó con sus sencillos When I'm Down y Murderer of Blue Skies y respondió a un grito proveniente del público pidiendo Be Yourself cuando se escuchaban las primeras cuerdas de One de U2, a lo que Cornell respondió: “Ok, podemos hacer esa”. Finalmente, el mítico cierre con Seasons y Higer Truth, canción homónima al tour.
Durante más de dos horas, el ícono del grunge encantó a sus fans. Como aquella chiquilla, el resto del público también estalló gracias a la distensión que brindó el músico. La comodidad y seducción mostrada por Cornell lo enalteció en un escenario atípico que marcaba su silueta con las tenues luces. Rió con los alaridos de amor y deseo por parte de mujeres y hombres, ondeó la bandera argentina al ritmo del clásico “olé, olé, olé, Cornell, Cornell” que hizo vibrar el Colón y dejó clara su versatilidad instrumental y vocal sin límites. Al final, simplemente desapareció y las casi 3mil almas que coparon el teatro, quedaron apaciguadas.